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¿Cristianos aburridos? Por qué la iglesia perdió la chispa

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Hablemos claro: muchos cristianos se ven aburridos, y no porque la fe sea aburrida, sino porque la hemos reducido a una rutina sin vida. El cristianismo nació con fuego, pasión y riesgo; hoy, en demasiados lugares, parece un club social donde la gente bosteza más de lo que ora. El problema no es que el evangelio haya perdido poder, el problema es que nosotros lo hemos domesticado. Lo hemos vuelto cómodo, predecible y, lo que es peor, irrelevante.

Jesús nunca llamó a sus seguidores a sentarse en un banco dos horas cada domingo y después seguir como si nada. Los llamó a cargar una cruz, a dejarlo todo, a arder con una misión. Y cuando comparo ese llamado radical con la tibieza que se respira en tantos servicios, entiendo por qué la iglesia parece más un funeral que una celebración de resurrección. Si nuestros cultos se sienten apagados, no es porque Dios esté muerto, es porque los creyentes están adormecidos.

Hemos confundido orden con control, y en ese proceso apagamos la chispa del Espíritu. Nos aterra que alguien ore con demasiada pasión, que una reunión se salga del guion, que la gente se emocione demasiado. Así que preferimos lo seguro: programas, rutinas y agendas bien medidas, aunque eso signifique expulsar la frescura de Dios. Nos convertimos en expertos en hacer “iglesia”, pero novatos en vivir en el Espíritu.

Lo más triste es que mientras los creyentes bostezan en los bancos, el mundo arde de ansiedad, desesperanza y vacío. Nos quejamos de que la gente no entra a la iglesia, pero ¿qué vamos a ofrecerles si lo que tenemos parece aburrido hasta para nosotros mismos? La gente no huye de Cristo; huye de un cristianismo sin vida. Y ahí está la verdadera vergüenza.

La chispa se recupera cuando dejamos de jugar a ser cristianos de domingo y volvemos a ser discípulos de lunes a lunes. Cuando la oración no es un relleno del culto, sino el oxígeno de nuestra alma. Cuando abrimos espacio al Espíritu Santo aunque interrumpa nuestro programa. Cuando dejamos de temerle a la incomodidad y abrazamos la cruz con radicalidad. En pocas palabras, cuando volvemos a creer que seguir a Cristo es lo más emocionante, peligroso y glorioso que alguien puede hacer con su vida.

Así que la pregunta no es si la iglesia perdió la chispa. La pregunta es si tú y yo estamos dispuestos a dejar de vivir un evangelio aburrido para encendernos de nuevo. Porque la chispa no regresa con mejores luces, ni con más ensayos, ni con sermones más cortos. La chispa regresa cuando los cristianos deciden morir al aburrimiento de la religiosidad y vivir en el fuego del Espíritu. Y eso, amigo, no tiene nada de aburrido.


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